6 jul 2010

De salud y medicinas

Todavía sumergido en la interesante lectura de Globalización y salud mental, de Antoni Talarn y colaboradores, que ofrece una perspectiva integradora de como se correlacionan estos dos conceptos, descubro que ofrece algunas referencias que merece la pena guardar, para no permitir que se me olviden, por la claridad con la que presentan los efectos de la medicalización de la vida tan propia de nuestro tiempo, y el cómo ésta puede ser un instrumento del proceso de desvinculación colectiva e individualización que venimos sufriendo. 

La primera es de un texto que tiene ya más de 30 años, pero que sigue hablando de una realidad muy presente hoy en día, escrito por Ivan Illich en Némesis médica. La expropiación de la salud:

"Cada cultura proporciona no solo instrucciones para labrar la tierra y luchar, sino también una serie de reglas con las cuales el individuo puede arreglárselas con el dolor, la invalidez y la muerte. Cómo interpretar esas tres más íntimas y fundamentales amenazas, y cómo relacionarse con los demás cuando las afrontan, era una parte esencial de cada cultura viable (...)

La moderna civilización médica cosmopolita niega la necesidad de que el hombre acepte el dolor, la enfermedad y la muerte. La civilización médica está planificada y organizada para matar el dolor, eliminar la enfermedad y luchar contra la muerte (...) La civilización médica ha transformado el dolor, la enfermedad y la muerte, de experiencias esenciales con las que cada uno de nosotros tiene que habérselas, en accidentes para los que debe buscarse tratamiento médico"

Y la otra cita es más cercana, de Vicente Verdú en El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción:

"Actualmente, cuando el trabajador se ve sometido a un gran estrés laboral (la "explotación" antes) no se alista en un comité antisistema, toma ansiolíticos. Cuando el empleado no soporta más sus condiciones de trabajo no acude a los sindicatos, va al médico. Cuando las cosas se presentan mal no es necesario darle más vueltas: se recurre a las "píldoras de la felicidad" (...) Los laboratorios se han convertido en los grandes pacificadores sociales de nuestros días gracias a la integración del enfermo democrático"

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